viernes, 11 de diciembre de 2015

Estrella fugaz

Una última estrella fugaz
cruza el cielo esta noche,
montada en la grisácea nube
que aprisiona los sueños
perdidos en el lúgubre trayecto
de una vida pasada.
Su extinta luz
busca refugio
en la olvidada luna
de los difuntos deseos,
arraigados en la profundidad
del más triste olvido.
La heroica muerte,
vil y frío espectro,
desafía ante tus ojos
a tus sueños desahuciados.
Tu mirada se pierde
en infinitas explosiones
que inundan el cielo.
La última estrella fugaz
estalla en mil pedazos,
tal como fuegos de artificio,
que desaparecen
bajo la mirada
de miles de sombras
postradas en lo alto
del etéreo firmamento.

Decadente (Decadencia Parte 3)

Las lágrimas oscilantes
se convierten en
decadentes susurros
a la sombra de las espinas
que rodean tu cuerpo...
Dices querer
que nunca te abandonen.
Dices querer
estar por siempre solo.
Pero no puedes soportar
tanto silencio a tu alrededor,
ni en tu interior.
No puedes soportar
las voces que titubean
palabras sin sentido
y poemas huecos.
Te desmoronas,
pieza por pieza,
hasta no ser más que cenizas
de un viejo libro
que ya nunca nadie
volverá a leer.
Y aún,
después de todo,
te preguntas
si pronto esto acabará...

Desvanecido (Decadencia Parte 2)

Bajo las ramas corruptas
de árboles sin rostro
se recuesta tu cuerpo,
cansado,
ansiando el inevitable final...
Las hojas caen,
entumecidas,
hacia los grises pastos
petrificados
a los cuales el viento no puede mover.
Las horas lloran
en un silencio aturdidor.
Las sombras caminan,
cuál nubes marchitas,
y observan el pesar
de una figura errante.
Perversas miradas
acusan tu llanto,
desgarrado,
y ríen con desprecio,
¡salvajes, ignorantes!
Las crueles semillas
de ahogadas voces
susurrantes
que desprecian tu ser,
se impregnan en lo profundo
hasta hundir sus raíces
en tus débiles muñecas.

Destrozado (Decadencia Parte 1)

En la marea baja
de rancias emociones
las voces agónicas
aúllan deseos impuros.
En la oscuridad de mil noches
respiran el frío aire,
denso y pútrido,
proveniente de la tumba
de figuras sin rostro,
refugiadas en la penumbra
de tu desafiante mirada.
Suspiran la decadencia
de un cuerpo envejecido,
degenerado por la lluvia
de filosas navajas,
aquellas capaces de mutilar
la carne de tu ser.
El dolor roe la fina capa
que resguarda los sueños.
Agrietando su corteza...
Las marcas retorcidas
de profundas cicatrices
evocan vestigios de un mundo
oscurecido por tus lágrimas.

Bajo tus pestañas

Imágenes vacilantes
desfilan bajo el manto
que cubre tus pestañas.
Fotografías con vida
de sueños muertos,
petrificados,
pálidos como el mármol,
fríos como la nieve
y desvencijados como vieja madera.
Están allí,
pero al abrir los ojos
se desvanecen,
tal como la brumosa niebla.
Lágrimas de mil almas
corruptas y descarnadas
flotan sobre tus párpados.
El ácido de su piel quema,
sus espinas desgarran.
Moribundos entes sin luz
esgrimen recuerdos
para atacar directo
a lo profundo de tu cien.

Manuscrito de sangre y dolor

Me presento ante ustedes como
el último vástago de esta tierra maldita.
Traduzco la cacofonía silenciosa
de este desolado sitio, al cuál llamo mi hogar,
en el colérico verso que ante vuestros ojos
tienen la desdicha de leer.
Soy la sonrisa fatua en la oscuridad,
la muda pena que camina, cautelosa,
bajo las miradas sin brillo de las almas nocturnas.
Camino sobre el lienzo negro
a la luz de la refulgente luna.
Hago de la sangre un manjar,
y bebo de ella hasta saciar
todo sentimiento incrustado en mi ser.
Soy la belleza de la tumba,
el fiel y vil sepulcro de las ánimas vacías.
Y he aprendido, luego de los más lúgubres años,
que la muerte no es más que un fragmento de mi esencia,
la única pieza en este rompecabezas que jamás es extraviada.
Vestigios cubiertos de púas carcomen mi putrefacta cabeza,
desgarrando la pálida piel muerta,
masticando la rancia carne y rasgando el rígido hueso del cráneo.
Soy la férrea lápida que sostiene vuestro vago epitafio.
Soy el tiempo, efímero y errante,
que vaga entre los vivos y los muertos
y desahucia los sueños más profundos y puros.
Soy el vívido recuerdo de una pesadilla interminable,
el trágico poema cuyos versos acarrean desgracia.
Soy la bestia del dolor y el sufrimiento.
¡Escuchad mi reclamo!
Sentado aquí, junto al fuego abismal,
dándole vida a estos párrafos con una pluma negra de cuervo,
os llamo a mis brazos para corresponder al destino de los sin nombre.
Os llamo a mi mundo, vacuas almas corrompidas
por la estridente voz de la nostalgia.

Realidad/Rutina

Calles colmadas de figuras
vacías y ausentes,
carentes de sentimientos,
que caminan sin rumbo
hacia un repetitivo destino.
Sombras consumidas por la rutina,
despojadas de memorias.
Inexistentes raíces
que jamás crecieron
y jamás lo harán.
Caminan a través de los días
dentro de la misma celda,
sin poder escapar
de los fríos garrotes
de esta realidad.
Escondidas detrás de abrigos
y de la misma piel humana
se ocultan viejas almas,
transeúntes, errantes.
Dueñas de despiadadas sonrisas
y cuencas negras en sus ojos.
¿Después de tanto tiempo
a esto hemos sido sentenciados?
La evolución del hombre
reflejada en esta amarga depresión.
¿Evolución? A diario surge
esa maldita pregunta.
La realidad se ha convertido
en una vaga y absurda rutina,
a la cuál no estoy dispuesto a pertenecer.
Soy dejado de lado
por intentar alejarme
de todo aquello que asesina
mis desgastados sueños.

Es tarde

Imagino tu silueta,
envuelta en la pulcra seda de tu piel,
caminando con rumbo al alba.
Me susurras tus poemas
y estos recorren el viento en carruaje
hasta estrellarse en mí
dejando cicatrices internas.
Mi boca se desangra
sin la calidez de tus labios,
y me arrastro en la nostalgia de tu voz
buscando aquel suspiro que perdimos.
Entre laberintos de pasillos estrechos
se ha extraviado mi conciencia.
Sedienta de ti y tus caricias
busca la forma de volver el tiempo atrás.
'Es tarde' grita el olvido.
El dolor corroe la imperfecta carne
y hace trizas los huesos.
Las estrellas han tejido tu tumba
y mis llantos son la rosa negra
que descansa sobre el frío mármol
del sepulcro de un alma en pena.

sábado, 29 de agosto de 2015

Yo soy la muerte

He visto el dolor de mil estirpes de almas,
y me he alimentado de dicho tormento.
He visto envejecer los días y las noches.
He sentido en mi propia carne el ardor del alba
y el fulgor del crepúsculo.
Soy el manto de penumbra que envuelve las frías costas
y las desoladas ciudades.
El amargo sabor de la angustia.
Soy el nido de sangre en este difunto árbol.
He sido llamada por innumerables nombres,
pero solo correspondo a uno.
Soy quien cosecha las almas de los impuros.
Yo soy la muerte.

martes, 21 de julio de 2015

Fúnebre visita

Y su llanto se convirtió
en una bella canción de cuna.
Sus lágrimas formaron la vasta cascada
que limpiaba el valle de su interior.
Sus gritos agonizantes
se volvieron un noble susurro.
Las alas de su espalda se desprendieron,
y su piel perdió el color que la hacía una muestra de arte.
La mueca de angustia que antes llenaba su rostro
se transformó en una cálida sonrisa.
Y es que la muerte lo había visitado la noche anterior,
y bajo su brazo se llevó todas las penas y angustias.

Nubes de cristal

Y las nubes, pintadas sobre aquél majestuoso manto de aguas cristalinas,
se volvieron cenizas ante mis ojos.
Sus fragmentos descendieron en paracaídas
hacía la muerte que esperaba en la grava.
Mi manos abiertas, extendidas al aire,
albergaron a aquellos pedazos de nube,
y sobre ellas pude sentir sus latidos agonizantes.
Cuerpos sin rostro, recuerdos alados.
Su impureza contaminaba mis venas con el óxido del pasado.
Mis heridas se volvían canales putrefactos
que transportaban la ennegrecida sangre cargada de tristeza.
Las lágrimas, cuál lluvia moribunda,
se deslizaban a través de la mueca de horror en mi rostro.
Mi aliento se volvía un espectro de aire que escapaba
desgarrando los tejidos de mi garganta.
Las nubes representaban mi alma.
Y ahora los vientos del invierno
se han llevado todo lo que quedaba de mi.
Los restos destrozados de un alma errante
cubren el suelo en esta amarga tarde de abril...

Olor a muerte

Cuando la pálida piel de mi rostro vislumbró aquél efímero paisaje
un extraño escalofrío recorrió cada extremidad de mi cuerpo.
Desde aquella terraza podía ver como el sol había desaparecido,
y las nubes se habían puesto de acuerdo para cubrir todo el cielo con su manto gris.
Una espesa niebla colmaba cada centímetro de aire.
La vista era bella, pero a su vez escondía algo macabro en si.
La oscuridad cubría todo hasta donde mis ojos alcanzaban a ver.
El silencio lloraba al son del viento.
Y el miedo, como un fantasma desfigurado, flotaba en aquella espesura.
Mis sentidos estaban adormecidos pero aún así lo pude sentir.
Mi nariz percibió un extraño y desagradable olor.
Putrefacción, podredumbre mórbida.
Ese maldito olor... era el olor a muerte, del cuál yo ya tenía conocimiento.
Sabía lo que indicaba, la dama de negro vendría otra vez
a llevarse a alguna de las personas que apreciaba.
Pero no estaba dispuesto a volver a sufrir el agonizante dolor de la nostalgia.
Me acerqué a la cornisa del viejo edificio y salté al vacío.
Le ofrecí a la muerte mi alma desgastada, que tanto tiempo llevaba ansiando su fin.

¿A dónde se va todo lo que desaparece?

¿A dónde se va la nieve cuando termina el invierno?
¿en dónde se ocultan las estrellas cuando la noche llega a su fin?
¿dónde quedaron todos los sueños que alguna vez hemos despertado?
Todo lo bueno se desvanece.
Todas las historias memorables se olvidan.
Toda belleza desaparece
¿A dónde se han ido mis esperanzas luego de tantos fracasos?
¿dónde quedaron los recuerdos de aquellos felices momentos?
Tal vez todo lo que perdemos está esperando por nosotros en ese mundo del que venimos.
En ese mundo al que vamos cuando esta vida llega a su fin.
Y tal vez allí vuelva a encontrar el frío beso de la soledad en mi mejilla, que tanto anhelo...

domingo, 19 de julio de 2015

Los recuerdos duelen...

Recuerdos oníricos desfilan bajo sus pestañas.
Sombras de un oscuro ayer teñidas de rojo con su propia sangre.
Atadas a ese viejo árbol de la melancolía
sueñan con fúnebres y macabros paisajes.
Con criaturas mórbidas sacadas de una mente retorcida.
Los espejos reflejan este sucio sentimiento
y lo aprisionan en su cárcel de cristal.
Y bebe hasta la última gota del vaso de desprecio.
Las lágrimas hoy no están de su lado.
Los recuerdos duelen...

Viejo roble muerto

El viejo roble yacía ya sin vida.
Sus hojas descansaban en el suelo gris de cemento, carentes de esencia.
La madera resquebrajada formaba un mórbido cuerpo marchito,
como un cisne negro, destrozado por el paso del tiempo.
Sus raíces sobresalían al exterior, mostrando sus extremidades desprovistas de sueños.
El olor a putrefacción colmaba el templado aire de una tarde de otoño.
En sus ramas jamás volvería a posarse un ave a predicar su canto.
Ningún nido volvería a arraigar en su cima.
Pues todo lo que muere por dentro tarde o temprano también muere por fuera.
Cuando la muerte se manifiesta en su carruaje de pulcra escarcha
ni el más puro manto de luz es capaz de esconder la vida de sus garras.

Vestigios de alma

Allí me encontraba, flotando entre grises nubes, buscando aquella estrella que de mis manos se había escapado. La estrella que portaba consigo toda mi esencia. Toda mi vida. Se había perdido, y sin ella no era nada. Solo un saco de sangre, carne y huesos. Mis sentimientos ya no servían. Me desvanecía con el paso de los segundos. Y seguía sin encontrarla... Empezaba a desesperarme, pues sabía que no contaba con mucho tiempo. Aun así no me rendía. Busqué hasta que la sangre brotó de mis manos, de mi boca, de mis ojos, de mis venas... Y desaparecí. Me fundí en aquella masa de olvido el cuál eran aquellas viejas nubes. Y mi esencia viajó hacia aquél recóndito lugar a donde van todas las almas errantes. Un lugar escondido entre el sol y la luna. Un lugar en donde no se conoce el frío o el calor. Donde la paz reina en silencio y el dolor es inexistente.

Sueños empíricos

Los sueños empíricos descansan en sus aposentos de cristal. Sumidos en la eterna desdicha de una existencia vacía. Cargados del peso de los años y de las penas que a su vez estos acarrearon. Rotos por dentro, desgarrados por fuera. Envueltos en el incesante sollozo de una vida que se apaga. Los sueños descansan para nunca más despertar. Pues el velo de su fe se ha deteriorado por todas aquellas promesas que se han vuelto nada en el aire. El viento ya no corre en la misma dirección de siempre. Ahora cuesta caminar. Cuesta asentar los pies sobre la arena y el polvo de este desierto sendero. Las huellas provocan marcas en la piel, marcas difíciles de sanar. El tiempo camina despacio a mi lado, pero no tengo fuerzas siquiera para poderlo detener.

Los paisajes de la mente

Atravesando los blancos campos de lienzo se encontraba mi alma, dejando detrás de si un rastro de cenizas. Despojos que el viento de noviembre se llevaba en su trayectoria por mi desolado camino. Las huellas de mis pasos flotaban hacia el oscurecido cielo y se volvían estrellas en su firmamento. Las flores se marchitaban cuando mi espíritu rozaba sus pétalos. Las aves escondían su solemne canto. Mi mente se proyectaba a través de mis ojos, pintando un vasto y ostentoso paisaje. Desprovisto de colores y formas. Colmado de la penumbra de viejas pesadillas, quienes ensombrecían mi esencia. Las memorias de un tormentoso pasado se convirtieron en visiones de un tormentoso futuro. El dolor tomó su lugar en el trono de las ánimas errantes encerradas en lo profundo de mi ser.

Las raíces de este viejo árbol

Las raíces de este viejo árbol comenzaron a marchitarse. Este se desmorona poco a poco. Consumido por la apatía. Desfigurado por la agonía. Las flores ya no crecen en sus ramas muertas. Y las hojas, vacías de toda vida, caen como cuervos de alas rotas. El gemido del viento se ha vuelto una tortura. La nieve es su mayor pesar. Y el árbol contempla, abúlico, como el mundo a su al rededor continúa girando sin cesar. Nadie le observa. Nadie se acerca. Su vaga existencia no es más que un sueño. Ya no hay ser que note su presencia. La soledad postrada en su copa lo acecha. El final de una vida se acerca. Pero el árbol ya no teme ni sufre. Las frías noches de invierno llegan a su fin. Sus raíces se desvanecen. Los pétalos de flores vuelven a vivir.

Las blancas costas de la muerte

Y allí estaban ante sus ojos, las blancas y resplandecientes costas. Con el melifluo sonido de las olas golpeando suavemente sus oídos. Y el sol, ardiendo en el infinito horizonte. Había abandonado aquél oscuro  y triste pasillo para siempre. Aquél que por mucho años había tenido que soportar. Había llegado el tiempo de calma y paz, pues, efectivamente, había dejado de vivir.

Lamento de otoño

El lamento de este gélido otoño colma el sendero solitario de la desesperación. Las gotas se precipitan como hojas marchitas que caen de un viejo árbol. Encanecidas de dolor vagan sin rumbo. La lluvia nubla el camino con lágrimas de cielo. Pero estás se pierden, tan efímeras, al bajar a la tierra. El llanto de las nubes es imperecedero. Y el viento suspira una lúgubre melodía. En esta triste tarde de mayo los sueños se alzan a las estrellas y danzan a la par de ellas. La mente es libre y vuela por paisajes oníricos. El canto de las aves esconde cuantiosos sentimientos ancestrales. La luz de la luna etérea es la encargada de transportar mi alma hasta el último vestigio de una vida pasada.

La tumba de tu ser

Flores de arcilla colman los vestigios de esta vieja tumba. Pétalos de ceniza adornan el frío mármol de tu rostro. Aquél sentimiento que creías inmarcesible ahora yace oculto entre la grava. Despojado de la existencia. Imaginas que todo el tiempo perdido regresa a tus manos. Te sumerges en una miserable utopía. Nadas en la inmensidad del silencio. Aquella vida de antaño ha sido devorada por el polvo del olvido. En tu interior solo queda el óxido de heridas que no han podido cicatrizar.

La muerte de la vida

El frío de la oscura habitación provocaba que mi piel se erizara. Mi aliento escapaba desaforado en bocanadas de niebla. Mi mente discurría en silencio aquella decisión que podía alterar el orden de todo lo que me rodeaba. Mis ojos proyectaban los oscuros presagios al exterior, como una antigua película dañada. Vestigios de pena y angustia que aprisionaban los sueños y esperanzas. Y ante mi, sobre los sucios mosaicos, se hallaba el mayor desconsuelo que jamás había llegado a conocer. La vida misma. Con su manto gris que la envolvía como un triste cielo nublado. Me arrodillé ante ella y apuñalé su marchito corazón. Destrocé su esencia con mis propias manos. Preso de la cólera que por tantos años había cargado sobre mi espalda. Y luego la deseché por el escusado. Solo así pude volver a descansar en paz. Solo así logré callar el llanto de la existencia que suplicaba su deceso desde lo más profundo de mi.

Estaba muerto

Sus lágrimas pintaban bellos oasis en medio de tanta soledad. Su sangre teñía las nubes en el cielo formando hermosos arreboles. Sus gritos se volvían cantos de majestuosas aves en una silenciosa mañana de primavera. Sus huellas eran retratos de una vida pasada. Y todo su dolor no era más que un borroso recuerdo que deambulaba vagamente bajo sus pestañas. Se sentía vivo, más vivo que nunca. Pues estaba muerto, más muerto que nunca.

El ocaso del alma

Los cuervos no cantaron esa mañana. El ocaso de su alma estaba llegando a su fin. Esta se desvanecía, tan efímera como un hermoso atardecer. Pero a diferencia de él no volvería a nacer al día siguiente. Era el punto final de su último verso. Pero el miedo ya no podía aprisionarla. Tampoco el odio o el dolor. Los fantasmas del pasado ya no atormentarían nunca más su frágil mente. Sus venas se abrieron con desdén y su sangre brotó desmesuradamente, pintando arreboles en el cielo. Los ríos y bosques se tiñeron de rojo. Los pétalos marchitos volvieron a vivir. La brisa del aire retomó la calma. Pues el fin de esta alma trágica significaba el comienzo de una nueva vida.

Cuchillas

Desaparecer, solo eso busco.
Tal vez por una hora, tal vez por un día,
tal vez por un año, tal vez por siempre.
Eso aún no lo sé.
Me gustaría hallar la respuesta,
pero es tan complicado cuando no sabes cual es la pregunta...
¿cuál es la pregunta?
No sé qué es lo que busco.
Quizás solo necesito estar solo por un tiempo,
o tal vez esa la soledad podría matarme.
Quizás necesite ir a un lugar lejos de todo,
pero tal vez extrañe el lugar a donde pertenezco.
Aunque a veces simplemente siento que no pertenezco aquí.
Mi parentesco con los que me rodean
es que tengo un cuerpo, un cerebro y un corazón.
Nada más. Soy un extraño en mis propias tierras.
¿A dónde pertenezco? ¿de dónde vengo? ¿quién soy?
Tantas preguntas... desearía tener el tiempo suficiente
para responder tantos interrogantes,
pero la arena en mi reloj se agota
cada vez cae más rápido.
Me estoy desvaneciendo con la velocidad de mis palabras.
Palabras que alguna vez me trajeron vida
ahora presagian mi propia muerte.
¿A dónde debo ir? Tan solo necesito saber eso.
Porque a donde deba dirigirme iré.
Y sé que allí encontraré las respuestas.
Pero... ¿por cuánto tiempo puedo esperar el momento?
No soy eterno, tampoco quiero serlo.
La inmortalidad no va conmigo.
Las cosas malas deben desaparecer algún día después de todo.
No obstante me pregunto... ¿acaso soy algo malo?
¿o solamente me niego a creer otra cosa?
Tal vez yo estoy bien y todos los demás están mal.
¿Por qué yo debo ser siempre la oveja negra?
A veces creo que es el mundo el que esta en contra mía
y no yo en contra del mundo.
Pero de nada sirve darme cuenta de esto.
No puedo cambiar las cosas.
No puedo cambiar el pasado ni el presente.
Para lo único que tengo el poder en mis manos es para cambiar el futuro.
Mi futuro, del cual solo puedo a vislumbrar muerte.
En él simplemente no hay nada.
Solo una cuchilla rozando mis muñecas.
O una soga abrazando mi cuello.
O quizás el frío cañón de una escopeta apuntando mi cabeza.
Sea como sea no es un final feliz.
He aprendido a que no existen los finales felices.
La realidad se nutre de la miseria.
Solo la fantasía es gobernada por la alegría.
Como desearía vivir en uno de los tantos mundos de fantasía,
sin tener que preocuparme por mi trágico final.
Pero es imposible, todo lo bueno es imposible.
Mi pesimismo ha opacado hasta la última gota de esperanza.
Creo que el final se acerca.
Tal vez dentro de algunos años, tal vez dentro de algunos días,
tal vez dentro de algunas horas, tal vez apenas termine de escribir esto.
Sencillamente no lo sé.
La única forma de poder saberlo se encuentra
en las hojas de afeitar debajo de mi cama.
¿Debería usarlas? ¿debería deshacerme de ellas?
Mas preguntas que cuanto antes debo resolver.
Y así lo haré, oh, claro que si.
¿Cuánto tiempo me queda?
¿cuánto tiempo le queda a este maldito mundo?
Necesito respuestas, y las necesito rápido,
por más que en el fondo no quiera saberlo.
Ya no puedo aguantar demasiado.
Si las quiero sé que en este mundo no la conseguiré.
Debo ir más allá, al lugar que por mucho tiempo he anhelado... las cuchillas...
¡Las cuchillas!

Antiguo sendero

¿Recuerdas aquellos bosques por los que solías caminar? ¿aquellos árboles que observaban tu andar? ¿aquél sendero por donde marcabas tus huellas? ¿aquella brisa en el aire que te hacía sentir lleno de vida? Has descubierto que todo se ha ido ya. Las huellas se han borrado y los árboles se han marchitado. Solo quedan los recuerdos de aquél camino que solías transitar. Vestigios tan antiguos como la vida misma. Aquél solemne paraíso que frecuentabas en los sueños ha sido consumido por la pesadilla de una oscura e inevitable realidad.

Debo saltar...

Aquí estoy, sentado en el balcón de este viejo edificio. Viendo los autos pasar por las oscuras calles. Las estrellas en el cielo resplandecen su aura blanca. Y la luna... la luna descansa en sus aposentos etéreos, observando como nuestro mundo se consume por la oscuridad. Las colillas de cigarrillo colman mi viejo cenicero. La botella de vodka se encuentra vacía. Las luces de las farolas se convierten en gusanos brillantes. Las bocinas de los vehículos son como campanadas que presagian el juicio final. Me acerco a la barandilla y veo el vacío ante mis ojos. Todo se ve tan hermoso y llamativo... Me siento en el borde de la cornisa y observo el cielo. Las nubes han cubierto todo con un manto gris. Algunas gotas comienzan a rozar mi piel. Me queman. No puedo resistir aquél agonizante dolor. Las lágrimas del cielo están abrasando mi cuerpo. No puedo resistirlo. Debo saltar...

martes, 24 de marzo de 2015

El fin del camino

¿Nunca te has preguntado a donde van todos esos sueños que nunca se han cumplido? ¿no te has preguntado en donde se esconden tus sentimientos? Todo es gris y opaco en tu interior. Las sombras, aquellas que oscurecen los sentidos, se han apoderado de tu mente. La fina barrera que te separa de la locura es tan frágil que en cualquier momento podría romperse. Las luces del alba son cada vez menos resplandecientes. Y el amanecer solo trae desgracia. ¿Alguna vez te has preguntado que sucederá cuando todo acabe? ¿qué será del cuerpo que ahora habitas? Sabes muy bien que tu espíritu no vivirá por siempre. Intentas callar el profundo dolor que grita desde las profundidades de tu alma. Pero ya no es tan fácil. Ya no eres un niño. Los años te han demostrado que nada en este mundo puede ser perfecto. Debates día y noche con la muerte. Las colillas de cigarrillo se acumulan en tu ventana. Un vicio más que terminará por consumir tu vida. Al igual que el odio y el amor. Sentimientos a los que eres adicto. ¿Sabes acaso cuanto tiempo te queda antes de partir? ¿puedes cambiar el trágico destino? Lo único que puedes hacer es disfrutar de esos pequeños placeres que alivian los deseos del alma. Y sentarte a esperar el momento de abandonar este cuerpo humano. El capítulo final de tu historia. Cuando el dolor se vaya para siempre y la serenidad te envuelva. Allí encontrarás todos los sueños que has perdido. Todos los sentimientos desaparecidos. Allí, al final de los tiempos, de tu tiempo, encontrarás esa respuesta para cada pregunta. Esa pequeña brisa de paz que alivie todo sentimiento de miedo y dolor.

La extraña silueta

Miras a través de tu ventana y allí la ves. Parada sobre el césped de tu jardín. Mirando sin mirar con esos ojos sin vida. Cada mañana al despertar la encuentras en el mismo sitio. Y cuando te acuestas sigue allí. Ella no se va, siempre está ahí, observando. Jamás olvida y jamás recuerda. Su lamento silencioso lo guarda para tus horas más oscuras. Ella nunca te dejará solo. No te abandonará. Pues ella codicia tu alma y no descansará hasta tenerla en sus manos. Espera paciente el momento de atacar, el momento en que pierdas el control de tu amarga vida. Cuando todo se desvanezca ella ahí estará. Dispuesta a envolverte con sus brazos. Sus fríos brazos. Envolverte en un abrazo mortal para unirte a su gélida piel. Y te olvidarás de todo lo que ahora recuerdas. Ella no es un villano, tan solo es un héroe incomprendido. Porque cuando todo tu mundo se venga en pedazos ella será la única que te tenderá una mano.

He perdido la fe

Después de tantos fallos me he dado cuenta que la fe no sirve de nada. Dejándonos a su merced la derrota duele aún más. La decepción se hace terriblemente tormentosa. La traición se vuelve una profunda agonía. Es por eso que he optado por nunca tener fe en mi o en los demás. Solo así el fracaso se vuelve tolerable. Y para alguien que vive diariamente con esto resulta increíblemente aliviador. Mi visión pesimista es, después de todo, lo que me mantiene y me ha mantenido vivo todos estos años. Mi refugio en esta vida cargada de dolor. Irónico.

Cuando la muerte se pasea por las calles...

La noche nace y el sol se acuesta bajo su manto de horizonte. La calma retoma el aire. La luna en el cielo se asoma con timidez, soñando con bajar algún día a la tierra. Y en la oscura penumbra una silueta envuelta de negro camina por las lúgubre calles de la ciudad. La sombra tras ella forma turbios ríos que se desvanecen a su paso. Las farolas se apagan cuando la extraña encapuchada pasa bajo ellas. El sonido de los insectos se calla con cada paso. La brisa del aire se calma en el silencio. Y la silueta sigue su camino, pues nadie puede detenerla. Cuando el día da a luz a la noche ella sale de su cueva. Almas debe cosechar. Sus ojos sin vida han visto tanto dolor que estremece tan solo pensar en ello. Sus manos jamás sienten compasión. Su negra túnica carga el llanto de todos los que ya no existen. Y su gélido aliento congela toda alma con vida. Cuando la muerte se pasea por las calles a medianoche la esperanza se desvanece y el dolor se apodera de todo corazón.

Rosas marchitas

Fui depositando mis sentimientos en una vasija, uno por uno hasta que no quedó nada en mi interior. Solo la fría y amarga soledad. Tomé la vasija y la enterré en lo profundo del jardín, bajo las raíces de hermosas rosas. Pero con el pasar del tiempo los pétalos de dichas flores se fueron marchitando. Las espinas se volvieron tan rojas como la sangre. Las hojas tan negras como la noche. Aquellos cuerpos putrefactos encarnaban lo que mis sentimientos habían cultivado. Rosas marchitas era todo lo que quedaba en el olvidado jardín de mi alma.

Lamento de demonio

El viento gemía en las afueras. Eran altas horas de la noche, pero sus pensamientos no lo dejaban conciliar el sueño. Los mundos que encerraba su mente se volvían infiernos y paraísos en cuestión de segundos. Las horas pasaban demasiado lento. Las ramas crujían con las ráfagas heladas. Encerrado en su propia soledad aquel demonio lloraba. Un lamento tan difícil de entender. Pero su dolor era puro, y él más que nadie lo sabía. Su trágica alma había sufrido lo que otras no se atreverían. Las lagrimas que caían de sus ojos encerraban sus penas, sus deseos, su rencor, su eterno dolor... Sentimientos que el tiempo se había encargado de marchitar. Heridas imposibles de sanar. Bajo aquella gélida luna y el frío viento del invierno el demonio lloraba su alma destrozada.

No puedes escapar

Mira a tu alrededor. A nadie le importas. Las flores que tu cuerpo llenaban se han marchitado. El cielo es siempre gris. Los únicos pájaros que cantan ahora son los cuervos. Presagian tu muerte y no puedes hacer nada. Corre, de nada te servirá. Las frías garras del pasado te han acorralado y no tienen intención de dejarte escapar.

Ella me espera en los brazos de la muerte

Me cuesta borrar su recuerdo de mi cabeza. Cada vez que pienso en ella puedo verla. Puedo acariciarla y escucharla, pero nada es real. Solo es su alma intentando calmar el vacío que siento. Un vacío que se hace cada vez mas grande conforme pasan las horas. Infringiendo un punzante dolor en mi pecho. Paso cada noche discutiendo con la muerte. Le pregunto por qué se la ha llevado. Por qué la ha arrebatado de mis brazos. Intentado cambiar mi alma por la de ella. Pero la muerte no tiene sentimientos. No distingue entre bien o mal, simplemente se los lleva. Uno por uno. Me dice que aún puedo volver a ver a mi amada. Que solo debo dejar este mundo. Me cuenta que ella me espera, sentada bajo una verde hierba, mirando las estrellas. Que cada noche pronuncia mi nombre al compás de que yo pronuncio el suyo. Que sus lágrimas forman lagos. Lagos que llenan miles de estanques vacíos. El final podría ser el comienzo. La muerte podría ser una nueva vida. Un reencuentro. Pienso en ello cada noche hasta que me quedo dormido. Y sueño con ella, con su voz, llamándome a ese extraño mundo en donde aguarda. Debo decidir, y debo hacerlo rápido, antes de que el dolor me consuma por completo. Creo que debo irme, pues no hay nada que ansíe más que estar a su lado. No tengo miedo de hacerlo, en absoluto. Tan solo quiero volver a verla. Volver a sentirla entre mis brazos. Y estar juntos. Por siempre juntos. Bajo la oscura mirada de la muerte me voy. Al parecer su plan dio frutos. Se lleva dos almas por el precio de una. Oh, la muerte es muy astuta. Y a la vez muy fría. Pero esa no es razón para no quererla. Al fin y a cabo todo lo que siempre he deseado me espera tras las puertas de su mundo.

En las vías del tren

Solo. Completamente solo. He vuelto a caer en las vías de este viejo andén una vez más. Pero ahora el suelo se encuentra demasiado alto. Y no hay nadie dispuesto a tenderme una mano. Aunque, siendo sincero, tampoco lo espero de alguien. Estoy solo. Siento las sirenas. El tren se acerca... Y mi cuerpo, recostado sobre los rieles que alguna vez guiaron mi camino, aguarda la llegada de la amarga muerte. Una salida fácil y rápida, pero a la vez muy aliviadora. Llegó el momento de ponerle punto final a mi soledad. De ponerle punto final a mi vida. Descansar en paz es lo único que anhelo. El tren se acerca... Siento el grito ahogado de su feroz bocina. La muerte es quien conduce la enorme y mortífera arma. Su intención no es que yo me aparte. Solo me recuerda que ella está cada vez más y más cerca, y que no se detendrá. Ya no puedo hacer nada. Siento el silbido del viento aproximándose. El tren se acerca... Los recuerdos danzan una última vez bajo mis pestañas. Y el tren... oh, el jodido tren está cada vez más cerca...

El pasillo de mi muerte

Silencio. Solo escucho el silencio. Camino por un largo y oscuro pasillo. Las paredes desgarradas de este viejo lugar evocan a mi mente oscuros recuerdos. Camino sin detenerme. Las marcas en el suelo traen consigo macabras pesadillas. El terrible y sofocante olor a putrefacción hace arrugar mi nariz. Todo está cubierto de polvo. El olvido ha dejado su huella en su lúgubre recorrido por este lugar. Aquí los colores han muerto. Todo es negro y gris. La luz es escasa. Y el dolor ha tomado posesión de todo esto. Camino junto a puertas desoladas que no llevan a ningún sitio. El aire es cada vez más espeso. Ya casi estoy llegando al final. Siento una extraña brisa recorrer cada centímetro de mi cuerpo. Mi alma se desprende de mi cuerpo y sigue su camino a lo largo del pasillo de mi muerte...

Medianoche

Medianoche. La luna intenta espiar por mi ventana. Trae consigo su luz blanca y pura, procurando llenar mi cuarto con ella. Pero no la dejo entrar. Cierro la ventana y vuelvo a esconderme en mi oscuridad. Esta noche no quiero mas compañía que la de la soledad. El silencio es aturdidor. Tomo la pluma y el cuaderno y comienzo a escribir estas lineas. Plasmando el último aliento de mi alma. Sin notarlo, mis ojos se inundan de recuerdos. Empiezan a brotar frías lágrimas, escurriéndose por mis mejillas. Pequeños fragmentos del pasado, canalizados en lluvia salida, chocan contra la hoja que escribo. La tinta se escurre. Mis palabras ya no se distinguen. Los recuerdos borraron mis pensamientos y cegaron mi visión. Cierro el cuaderno y abro la ventana. Vuelvo a dejar entrar la bella luz de la luna a mi cuarto oscuro. Dejo que se lleve con ella la temible soledad. Esta noche no he podido. No he logrado vencer el pasado. Lo volveré a intentar mañana, espero que ya no sea demasiado tarde...

El suicidio de las aves

Los cantos que tanto llenaban el aire por las mañanas habían cesado. La brisa del aire, tan resplandeciente, había perdido todo su brillo. Las nubes se habían tornado grises y espesas como grandes cuerpos sin vida. Las plumas yacían en el suelo, muertas... Esperando regresar a quien habían pertenecido en vida. Pero era imposible. Ya era demasiado tarde. Todas las aves ya se encontraban muy lejos de aquí. En una tierra en la que ya no tendrán que preocuparse por ningún mal. Y es que todos los pájaros se habían suicidado... Allí, bajo los ojos de la espléndida luna. La maldad que los rodeaba los había consumido. El odio los había cegado. Y el dolor que portaban bajos sus alas era tan vasto que no los dejaba levantar vuelo. Pero toda preocupación había quedado atrás. Su fin significaba el fin de todo lo que ha ellos rodeaba. Sus plumas desparramadas sobre la tierra, a la que una vez habían pertenecido, se elevaron en una última canción y danzaron al compás de esta. Una lágrima por cada ave suicida...

Ataúd de los sueños

Después de tantos años he decidido desenterrar mis sueños. Sensaciones sepultadas en lo más profundo de mi alma. Aquellos que habían sido guardados en un gran cajón negro. Sellado a cal y canto. Un ataúd que jamás pensé que volvería a abrir. Ahora está cubierto de polvo. La cerradura oxidada es difícil de abrir. Y el olor que despide es tan putrefacto que obliga a arrugar la nariz. Tengo miedo de lo que pueda llegar a encontrar al otro lado de la madera podrida, pero algo dentro mío me obliga a seguir... Efectivamente, mis dudas eran ciertas. Dentro, todos los sueños que en algún momento de esta vida había cosechado, estaban muertos. Marchitos desde la raíz hasta la punta. Con un aspecto desagradable y mórbido... Lloré por ellos. Derramé mis lágrimas como nunca lo había hecho. ¿Por qué? Quizás porque ellos fueron los que me habían logrado mantener con vida todo este tiempo. Y sin ellos estoy tan muerto como los pétalos de una vieja flor marchita.

Perfección

Siéntate y mira el mundo a tu alrededor. ¿Acaso es perfecto? Párate frente a un espejo y observa tu reflejo. ¿Acaso es perfecto? Es inútil perder el tiempo buscando la perfección en un mundo que no sabe como llegar a ella. Los humanos jamás fuimos perfectos. Y jamás lo seremos. Estamos destinados a vivir en el error y la miseria por decisión propia. Por creer que la simple fe podría opacar el poder de la razón. Por creer que somos dueños de lo que jamás tuvimos. Por creer que el futuro del planeta radica en nosotros. Los humanos somos la causa y la consecuencia del fin. Y aún intentamos ser perfectos...

¿De qué va este blog?

Bienvenidas almas errantes. En este espacio me dedicaré a darles a conocer algunas de las líneas que escribo. Todo escrito que se verá en este blog es de mi propia autoría. Si alguno desea utilizar algo de lo que se encuentre en esta página en sus propios proyectos puede comunicarse conmigo y con gusto cederé el derecho de utilizarlos. Hablando de lo que yo escribo, cabe destacar que nunca he estudiado al respecto. Solo son líneas que flotan en mi mente y que plasmo en un papel. Cualquier sugerencia o crítica bien hecha será bienvenida. Sé que habrá más de uno al que no le guste, pero no es algo que presente un problema para mi persona. Y bueno, nada más. Espero que al menos algunos disfruten su estancia en este lugar. Gracias por leer. Un saludo.
Sjel.