miércoles, 27 de enero de 2016

El fin de los versos

La melancolía de sus manos,
encerrada en aquel momento
que el tiempo detuvo,
besaba la aterciopelada piel del viento.
Al compás del eco,
recitando un antiguo poema suyo,
el poeta se desvanecía.
Carne, piel y huesos, nada ha de quedar.
La vasija se ha de romper,
las aves han de cantar.
Es el funeral de las estaciones,
extractos de luna lloverán.
Y las olas marchan,
abstraídas en recuerdos,
para nunca más regresar.
Oh, dulce tormento.
He aquí el alma pura de los versos,
hazle un lugar en tus aposentos.
Deja que la nieve,
espectral y maldecida,
limpie los caminos desiertos.
Ha de llegar la hora del fin,
poemas jamás se volverán a oír.
Muere la vida y nace la muerte.
En éste ritual sagrado,
la sangre es el sacrificio
y el alma el tesoro ansiado.
Vuela al cielo.
Siente las nubes, el sol,
el viento, la luna y las estrellas
mezclarse en la maraña del universo.
Aura resplandeciente de vida,
llena el desvencijado corazón
que se refugia en la deriva.

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