martes, 21 de julio de 2015

Fúnebre visita

Y su llanto se convirtió
en una bella canción de cuna.
Sus lágrimas formaron la vasta cascada
que limpiaba el valle de su interior.
Sus gritos agonizantes
se volvieron un noble susurro.
Las alas de su espalda se desprendieron,
y su piel perdió el color que la hacía una muestra de arte.
La mueca de angustia que antes llenaba su rostro
se transformó en una cálida sonrisa.
Y es que la muerte lo había visitado la noche anterior,
y bajo su brazo se llevó todas las penas y angustias.

Nubes de cristal

Y las nubes, pintadas sobre aquél majestuoso manto de aguas cristalinas,
se volvieron cenizas ante mis ojos.
Sus fragmentos descendieron en paracaídas
hacía la muerte que esperaba en la grava.
Mi manos abiertas, extendidas al aire,
albergaron a aquellos pedazos de nube,
y sobre ellas pude sentir sus latidos agonizantes.
Cuerpos sin rostro, recuerdos alados.
Su impureza contaminaba mis venas con el óxido del pasado.
Mis heridas se volvían canales putrefactos
que transportaban la ennegrecida sangre cargada de tristeza.
Las lágrimas, cuál lluvia moribunda,
se deslizaban a través de la mueca de horror en mi rostro.
Mi aliento se volvía un espectro de aire que escapaba
desgarrando los tejidos de mi garganta.
Las nubes representaban mi alma.
Y ahora los vientos del invierno
se han llevado todo lo que quedaba de mi.
Los restos destrozados de un alma errante
cubren el suelo en esta amarga tarde de abril...

Olor a muerte

Cuando la pálida piel de mi rostro vislumbró aquél efímero paisaje
un extraño escalofrío recorrió cada extremidad de mi cuerpo.
Desde aquella terraza podía ver como el sol había desaparecido,
y las nubes se habían puesto de acuerdo para cubrir todo el cielo con su manto gris.
Una espesa niebla colmaba cada centímetro de aire.
La vista era bella, pero a su vez escondía algo macabro en si.
La oscuridad cubría todo hasta donde mis ojos alcanzaban a ver.
El silencio lloraba al son del viento.
Y el miedo, como un fantasma desfigurado, flotaba en aquella espesura.
Mis sentidos estaban adormecidos pero aún así lo pude sentir.
Mi nariz percibió un extraño y desagradable olor.
Putrefacción, podredumbre mórbida.
Ese maldito olor... era el olor a muerte, del cuál yo ya tenía conocimiento.
Sabía lo que indicaba, la dama de negro vendría otra vez
a llevarse a alguna de las personas que apreciaba.
Pero no estaba dispuesto a volver a sufrir el agonizante dolor de la nostalgia.
Me acerqué a la cornisa del viejo edificio y salté al vacío.
Le ofrecí a la muerte mi alma desgastada, que tanto tiempo llevaba ansiando su fin.

¿A dónde se va todo lo que desaparece?

¿A dónde se va la nieve cuando termina el invierno?
¿en dónde se ocultan las estrellas cuando la noche llega a su fin?
¿dónde quedaron todos los sueños que alguna vez hemos despertado?
Todo lo bueno se desvanece.
Todas las historias memorables se olvidan.
Toda belleza desaparece
¿A dónde se han ido mis esperanzas luego de tantos fracasos?
¿dónde quedaron los recuerdos de aquellos felices momentos?
Tal vez todo lo que perdemos está esperando por nosotros en ese mundo del que venimos.
En ese mundo al que vamos cuando esta vida llega a su fin.
Y tal vez allí vuelva a encontrar el frío beso de la soledad en mi mejilla, que tanto anhelo...

domingo, 19 de julio de 2015

Los recuerdos duelen...

Recuerdos oníricos desfilan bajo sus pestañas.
Sombras de un oscuro ayer teñidas de rojo con su propia sangre.
Atadas a ese viejo árbol de la melancolía
sueñan con fúnebres y macabros paisajes.
Con criaturas mórbidas sacadas de una mente retorcida.
Los espejos reflejan este sucio sentimiento
y lo aprisionan en su cárcel de cristal.
Y bebe hasta la última gota del vaso de desprecio.
Las lágrimas hoy no están de su lado.
Los recuerdos duelen...

Viejo roble muerto

El viejo roble yacía ya sin vida.
Sus hojas descansaban en el suelo gris de cemento, carentes de esencia.
La madera resquebrajada formaba un mórbido cuerpo marchito,
como un cisne negro, destrozado por el paso del tiempo.
Sus raíces sobresalían al exterior, mostrando sus extremidades desprovistas de sueños.
El olor a putrefacción colmaba el templado aire de una tarde de otoño.
En sus ramas jamás volvería a posarse un ave a predicar su canto.
Ningún nido volvería a arraigar en su cima.
Pues todo lo que muere por dentro tarde o temprano también muere por fuera.
Cuando la muerte se manifiesta en su carruaje de pulcra escarcha
ni el más puro manto de luz es capaz de esconder la vida de sus garras.

Vestigios de alma

Allí me encontraba, flotando entre grises nubes, buscando aquella estrella que de mis manos se había escapado. La estrella que portaba consigo toda mi esencia. Toda mi vida. Se había perdido, y sin ella no era nada. Solo un saco de sangre, carne y huesos. Mis sentimientos ya no servían. Me desvanecía con el paso de los segundos. Y seguía sin encontrarla... Empezaba a desesperarme, pues sabía que no contaba con mucho tiempo. Aun así no me rendía. Busqué hasta que la sangre brotó de mis manos, de mi boca, de mis ojos, de mis venas... Y desaparecí. Me fundí en aquella masa de olvido el cuál eran aquellas viejas nubes. Y mi esencia viajó hacia aquél recóndito lugar a donde van todas las almas errantes. Un lugar escondido entre el sol y la luna. Un lugar en donde no se conoce el frío o el calor. Donde la paz reina en silencio y el dolor es inexistente.

Sueños empíricos

Los sueños empíricos descansan en sus aposentos de cristal. Sumidos en la eterna desdicha de una existencia vacía. Cargados del peso de los años y de las penas que a su vez estos acarrearon. Rotos por dentro, desgarrados por fuera. Envueltos en el incesante sollozo de una vida que se apaga. Los sueños descansan para nunca más despertar. Pues el velo de su fe se ha deteriorado por todas aquellas promesas que se han vuelto nada en el aire. El viento ya no corre en la misma dirección de siempre. Ahora cuesta caminar. Cuesta asentar los pies sobre la arena y el polvo de este desierto sendero. Las huellas provocan marcas en la piel, marcas difíciles de sanar. El tiempo camina despacio a mi lado, pero no tengo fuerzas siquiera para poderlo detener.

Los paisajes de la mente

Atravesando los blancos campos de lienzo se encontraba mi alma, dejando detrás de si un rastro de cenizas. Despojos que el viento de noviembre se llevaba en su trayectoria por mi desolado camino. Las huellas de mis pasos flotaban hacia el oscurecido cielo y se volvían estrellas en su firmamento. Las flores se marchitaban cuando mi espíritu rozaba sus pétalos. Las aves escondían su solemne canto. Mi mente se proyectaba a través de mis ojos, pintando un vasto y ostentoso paisaje. Desprovisto de colores y formas. Colmado de la penumbra de viejas pesadillas, quienes ensombrecían mi esencia. Las memorias de un tormentoso pasado se convirtieron en visiones de un tormentoso futuro. El dolor tomó su lugar en el trono de las ánimas errantes encerradas en lo profundo de mi ser.

Las raíces de este viejo árbol

Las raíces de este viejo árbol comenzaron a marchitarse. Este se desmorona poco a poco. Consumido por la apatía. Desfigurado por la agonía. Las flores ya no crecen en sus ramas muertas. Y las hojas, vacías de toda vida, caen como cuervos de alas rotas. El gemido del viento se ha vuelto una tortura. La nieve es su mayor pesar. Y el árbol contempla, abúlico, como el mundo a su al rededor continúa girando sin cesar. Nadie le observa. Nadie se acerca. Su vaga existencia no es más que un sueño. Ya no hay ser que note su presencia. La soledad postrada en su copa lo acecha. El final de una vida se acerca. Pero el árbol ya no teme ni sufre. Las frías noches de invierno llegan a su fin. Sus raíces se desvanecen. Los pétalos de flores vuelven a vivir.

Las blancas costas de la muerte

Y allí estaban ante sus ojos, las blancas y resplandecientes costas. Con el melifluo sonido de las olas golpeando suavemente sus oídos. Y el sol, ardiendo en el infinito horizonte. Había abandonado aquél oscuro  y triste pasillo para siempre. Aquél que por mucho años había tenido que soportar. Había llegado el tiempo de calma y paz, pues, efectivamente, había dejado de vivir.

Lamento de otoño

El lamento de este gélido otoño colma el sendero solitario de la desesperación. Las gotas se precipitan como hojas marchitas que caen de un viejo árbol. Encanecidas de dolor vagan sin rumbo. La lluvia nubla el camino con lágrimas de cielo. Pero estás se pierden, tan efímeras, al bajar a la tierra. El llanto de las nubes es imperecedero. Y el viento suspira una lúgubre melodía. En esta triste tarde de mayo los sueños se alzan a las estrellas y danzan a la par de ellas. La mente es libre y vuela por paisajes oníricos. El canto de las aves esconde cuantiosos sentimientos ancestrales. La luz de la luna etérea es la encargada de transportar mi alma hasta el último vestigio de una vida pasada.

La tumba de tu ser

Flores de arcilla colman los vestigios de esta vieja tumba. Pétalos de ceniza adornan el frío mármol de tu rostro. Aquél sentimiento que creías inmarcesible ahora yace oculto entre la grava. Despojado de la existencia. Imaginas que todo el tiempo perdido regresa a tus manos. Te sumerges en una miserable utopía. Nadas en la inmensidad del silencio. Aquella vida de antaño ha sido devorada por el polvo del olvido. En tu interior solo queda el óxido de heridas que no han podido cicatrizar.

La muerte de la vida

El frío de la oscura habitación provocaba que mi piel se erizara. Mi aliento escapaba desaforado en bocanadas de niebla. Mi mente discurría en silencio aquella decisión que podía alterar el orden de todo lo que me rodeaba. Mis ojos proyectaban los oscuros presagios al exterior, como una antigua película dañada. Vestigios de pena y angustia que aprisionaban los sueños y esperanzas. Y ante mi, sobre los sucios mosaicos, se hallaba el mayor desconsuelo que jamás había llegado a conocer. La vida misma. Con su manto gris que la envolvía como un triste cielo nublado. Me arrodillé ante ella y apuñalé su marchito corazón. Destrocé su esencia con mis propias manos. Preso de la cólera que por tantos años había cargado sobre mi espalda. Y luego la deseché por el escusado. Solo así pude volver a descansar en paz. Solo así logré callar el llanto de la existencia que suplicaba su deceso desde lo más profundo de mi.

Estaba muerto

Sus lágrimas pintaban bellos oasis en medio de tanta soledad. Su sangre teñía las nubes en el cielo formando hermosos arreboles. Sus gritos se volvían cantos de majestuosas aves en una silenciosa mañana de primavera. Sus huellas eran retratos de una vida pasada. Y todo su dolor no era más que un borroso recuerdo que deambulaba vagamente bajo sus pestañas. Se sentía vivo, más vivo que nunca. Pues estaba muerto, más muerto que nunca.

El ocaso del alma

Los cuervos no cantaron esa mañana. El ocaso de su alma estaba llegando a su fin. Esta se desvanecía, tan efímera como un hermoso atardecer. Pero a diferencia de él no volvería a nacer al día siguiente. Era el punto final de su último verso. Pero el miedo ya no podía aprisionarla. Tampoco el odio o el dolor. Los fantasmas del pasado ya no atormentarían nunca más su frágil mente. Sus venas se abrieron con desdén y su sangre brotó desmesuradamente, pintando arreboles en el cielo. Los ríos y bosques se tiñeron de rojo. Los pétalos marchitos volvieron a vivir. La brisa del aire retomó la calma. Pues el fin de esta alma trágica significaba el comienzo de una nueva vida.

Cuchillas

Desaparecer, solo eso busco.
Tal vez por una hora, tal vez por un día,
tal vez por un año, tal vez por siempre.
Eso aún no lo sé.
Me gustaría hallar la respuesta,
pero es tan complicado cuando no sabes cual es la pregunta...
¿cuál es la pregunta?
No sé qué es lo que busco.
Quizás solo necesito estar solo por un tiempo,
o tal vez esa la soledad podría matarme.
Quizás necesite ir a un lugar lejos de todo,
pero tal vez extrañe el lugar a donde pertenezco.
Aunque a veces simplemente siento que no pertenezco aquí.
Mi parentesco con los que me rodean
es que tengo un cuerpo, un cerebro y un corazón.
Nada más. Soy un extraño en mis propias tierras.
¿A dónde pertenezco? ¿de dónde vengo? ¿quién soy?
Tantas preguntas... desearía tener el tiempo suficiente
para responder tantos interrogantes,
pero la arena en mi reloj se agota
cada vez cae más rápido.
Me estoy desvaneciendo con la velocidad de mis palabras.
Palabras que alguna vez me trajeron vida
ahora presagian mi propia muerte.
¿A dónde debo ir? Tan solo necesito saber eso.
Porque a donde deba dirigirme iré.
Y sé que allí encontraré las respuestas.
Pero... ¿por cuánto tiempo puedo esperar el momento?
No soy eterno, tampoco quiero serlo.
La inmortalidad no va conmigo.
Las cosas malas deben desaparecer algún día después de todo.
No obstante me pregunto... ¿acaso soy algo malo?
¿o solamente me niego a creer otra cosa?
Tal vez yo estoy bien y todos los demás están mal.
¿Por qué yo debo ser siempre la oveja negra?
A veces creo que es el mundo el que esta en contra mía
y no yo en contra del mundo.
Pero de nada sirve darme cuenta de esto.
No puedo cambiar las cosas.
No puedo cambiar el pasado ni el presente.
Para lo único que tengo el poder en mis manos es para cambiar el futuro.
Mi futuro, del cual solo puedo a vislumbrar muerte.
En él simplemente no hay nada.
Solo una cuchilla rozando mis muñecas.
O una soga abrazando mi cuello.
O quizás el frío cañón de una escopeta apuntando mi cabeza.
Sea como sea no es un final feliz.
He aprendido a que no existen los finales felices.
La realidad se nutre de la miseria.
Solo la fantasía es gobernada por la alegría.
Como desearía vivir en uno de los tantos mundos de fantasía,
sin tener que preocuparme por mi trágico final.
Pero es imposible, todo lo bueno es imposible.
Mi pesimismo ha opacado hasta la última gota de esperanza.
Creo que el final se acerca.
Tal vez dentro de algunos años, tal vez dentro de algunos días,
tal vez dentro de algunas horas, tal vez apenas termine de escribir esto.
Sencillamente no lo sé.
La única forma de poder saberlo se encuentra
en las hojas de afeitar debajo de mi cama.
¿Debería usarlas? ¿debería deshacerme de ellas?
Mas preguntas que cuanto antes debo resolver.
Y así lo haré, oh, claro que si.
¿Cuánto tiempo me queda?
¿cuánto tiempo le queda a este maldito mundo?
Necesito respuestas, y las necesito rápido,
por más que en el fondo no quiera saberlo.
Ya no puedo aguantar demasiado.
Si las quiero sé que en este mundo no la conseguiré.
Debo ir más allá, al lugar que por mucho tiempo he anhelado... las cuchillas...
¡Las cuchillas!

Antiguo sendero

¿Recuerdas aquellos bosques por los que solías caminar? ¿aquellos árboles que observaban tu andar? ¿aquél sendero por donde marcabas tus huellas? ¿aquella brisa en el aire que te hacía sentir lleno de vida? Has descubierto que todo se ha ido ya. Las huellas se han borrado y los árboles se han marchitado. Solo quedan los recuerdos de aquél camino que solías transitar. Vestigios tan antiguos como la vida misma. Aquél solemne paraíso que frecuentabas en los sueños ha sido consumido por la pesadilla de una oscura e inevitable realidad.

Debo saltar...

Aquí estoy, sentado en el balcón de este viejo edificio. Viendo los autos pasar por las oscuras calles. Las estrellas en el cielo resplandecen su aura blanca. Y la luna... la luna descansa en sus aposentos etéreos, observando como nuestro mundo se consume por la oscuridad. Las colillas de cigarrillo colman mi viejo cenicero. La botella de vodka se encuentra vacía. Las luces de las farolas se convierten en gusanos brillantes. Las bocinas de los vehículos son como campanadas que presagian el juicio final. Me acerco a la barandilla y veo el vacío ante mis ojos. Todo se ve tan hermoso y llamativo... Me siento en el borde de la cornisa y observo el cielo. Las nubes han cubierto todo con un manto gris. Algunas gotas comienzan a rozar mi piel. Me queman. No puedo resistir aquél agonizante dolor. Las lágrimas del cielo están abrasando mi cuerpo. No puedo resistirlo. Debo saltar...